Ya va siendo hora de poner las cosas en su sitio: los ingleses, esos hijos del país pirata por excelencia, tienen por naturaleza un instinto de codicia, ladronicio y saqueo, lo que han demostrado mil veces a lo largo de la historia. También son muy aficionados a adornarse con laureles ajenos, es decir, a arrogarse méritos que en realidad corresponden a otros.
Estas características típicamente británicas abarcan incluso el mundo de la criminalidad. Solo así se explica que para millones de personas, incluidos los españoles, Jack the Ripper sea el primer asesino en serie de la historia. Y es que la publicidad que han hecho los hijos de la Gran Bretaña de su más mediático asesino ha sido incesante, colosal, abrumadora. Ni fue el primer asesino en serie, ni causó un número de víctimas importante, apenas entre 5 y 7, y ni siquiera fue el más cruel. Unas cifras a años-luz de las de Andrei Chikatilo, Ted Bundy, Anatoly Onoprienko, Mijail Popkov, Pedro Alonso López, Luis Alfredo Garavito o El Arropiero, por citar unos cuantos.
Sin embargo, somos los españoles los que por derecho propio debemos reivindicar al primer asesino en serie de la Era Moderna, varías décadas antes de la aparición de Jack, que muy probablemente ni siquiera fuera inglés. Además, nuestro producto patrio no solo fue anterior al inglés, sino que también mató a muchas más personas y su modus operandi fue más original, no limitándose a descuartizar a un puñado de prostitutas, sino actuando como un auténtico hombre-lobo. De hecho, se trata del primer y único licántropo reconocido en la historia de la criminología, y como tal fue juzgado.
¡Abajo Jack the Ripper! ¡Arriba el licántropo Manuel Blanco Romasanta!
Romasanta: La historia real de un hombre lobo gallego
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