Programar las tareas me parece una de la técnicas de ejecución de labores más eficiente. Sé que tengo que verter el agua de un río en la mar, conociendo pues el volumen del río por un lado y conociendo la capacidad de la mar de absorber esas aguas y teniendo además conciencia de que mi tiempo es infinito tan solo tengo que hacer una regla de tres y armarme de paciencia si acaso ésta no se me hubiera otorgado también de una forma generosa. Es decir que si tengo que enfoscar, por ejemplo, una superficie de un millón de kilómetros cuadrados sería buena idea empezar cuanto antes y hacer cada día lo que pudiera hacer cada día sin que me perjudicara este trabajo el ritmo del día siguiente. Despacio y buena letra, en resumen.
Yo detestaba en algunos tiempos pretéritos algunas habilidades aprendidas a modo de clavo ardiendo para que las chicas no se sintieran ofendidas o abandonadas por sus chicos y no era otra que hallar una estratagema para que fueran ellas las que dejaran a su chico. El dolor era agudísimo pero el orgullo solía mantenerse intacto.
De música, dicen los entendidos, que se nos queda aquella que escuchamos en nuestra adolescencia y que después de ello resulta mucho más dificultoso que alguna nos impacte, al menos tanto como en aquella época tan primigenia.