Relato Nº 4:
Escuela de la vida, inusitada pasión. - (Autora: Monike.) Yo era una niña en sus brazos, me preguntaba que era lo que podía haber visto él en mí; tanta inexperiencia; una joven e inocente chica con carencias evidentes de conocimientos sexuales de toda índole.
Él era un hombre maduro, de unos 50 años, atractivo, alto, de complexión fuerte, muy masculino. Poseía un cabello castaño claro precioso, tenía unos ojos penetrantes, muy hermosos, cuando me miraban sentía que me traspasaban, me desnudaban con sólo observarme unos segundos, <<deliciosos instantes de observación>>.
Sus lindos ojos eran sabios, parecían adivinar todo lo que, sinuosamente, anhelaba de él, le deseaba y él parecía no ser indiferente a mis más íntimos pensamientos.
En aquella época yo contaba con unos inmaduros y tiernos 18 añitos, estaba en la Universidad, había tenido intensas historias amorosas, pero ninguna lo suficientemente íntima para considerarla sexo "consumado"; eran juegos eróticos entre adolescentes que van alcanzando la madurez; pero nada me había hecho sentir realmente una mujer, sí, una mujer deseada y poseída hasta la extenuación fascinante, ¿podría existir esa sensación de forma real, verdaderamente?
Si todo era como lo había sentido, no era algo que requiríera mi más mínima atención, debía de vislumbrarse algo más en ese mundo de fantasía sexual en la cuál, de cuando en cuando, me abandonaba a la imaginación, en el que, de alguna forma, anhelaba que una sensación irreverente, indómita, me traspasara de gozo en mis más húmedos sueños...
Anhelaba que, siendo una mera aprendiz de ese mundo tan turbador, extenuante y sublimemente placentero como adivinada que, divagante en mis pensamientos, podría ser el sexo en su máxima expresión, aquéllo me abrasara, me atrapara en sus redes y me torturara con sus dulces caricias de sosegante hedonismo consumado.
David, era mi profesor en la Universidad, yo estudiaba Historia del Arte, y él era todo un arte para observar detenidamente, era el pecado hecho hombre. Todos los días fantaseaba con él mientras fingía escuchar sus explicaciones que emanaban sabiamente de sus carnosos y lascivos labios.
Él parecía saber lo que yo deseaba, aunque me inquietaba su actitud, tan misterioso, enigmático, distante pero, a la vez, tan cálido y amoroso; me desconcertaba por completo, su forma de ser me atraía
poderosamente, era el morbo en estado puro sin ni siquiera insinuarse sensualmente hacia mí, aunque parecía saber, instintívamente, lo que yo deseaba; de vez en cuando me miraba pícaramente y me rozaba suavemente al pasar cerca de mi pupitre, para luego volver a ignorarme con absoluta frialdad e indiferencia.
Sabía cómo confundirme y provocaba en mí sensaciones encontradas de auténticas oleadas de calor e incluso de excitación momentánea que, lejos de hacerme olvidarle, me inducía a desearle aún con más fuerza, una fiereza turbadora que ni siquiera yo entendía.
Me provocaba una lujuria enervante con sólo pensar lo que me produciría tenerle dentro de mí, su presencia me inducía cierto sentimiento obsesivo de poseerle plenamente; me sentía extraña, fuera de mí, sin control, sin lógica, algo nada habitual en mi forma de entender la vida, siempre sensata y meticulosa en mis determinaciones.
Solíamos tener reuniones privadas en su despacho para la revisión de exámenes y evaluación de las características de la asignatura.
Una noche estábamos los dos solos, eran cerca de las 22 horas, él era muy considerado y siempre se
preocupaba por sus alumnos, nos resolvía dudas y tenía una infinita paciencia, nunca miraba la hora. Su objetivo era resolver cualquier duda, ya que me resultaba complicado acometer con acierto sus exigencias académicas; era un hombre exigentemente encantador, <<era de recibo reconocerlo>>.
Mientras comentábamos y charlábamos del asunto que nos ocupaba, yo notaba como él de vez en cuando levantaba la mirada y me observaba detenidamente en silencio, me miraba de una forma diferente a la habitual en él, me estaba poniendo verdaderamente nerviosa, le sentía más cerca que nunca, notaba su respiración, su dulce olor a perfume de vainilla entremezclado con un aroma a sudor, era un olor salado, limpio, agradable, excitante; luego, repentinamente, volvía a bajar la mirada y continuaba como si nada hubiese ocurrido, era turbadoramente demoledora aquella actitud tan morbosa e insinuante, pero a la vez tan fría y calculadora. Yo ya no percibía el sonido de sus palabras, estaba embelesada con su presencia
tan enigmática, tan atractiva, atrayente, me estaba volviendo loca y él parecía no saber nada de lo que estaba sintiendo en mi interior.
De pronto, volvió a levantar la mirada, sentí una inquietud repentina, pudor al pensar que él había podido leer en mis ojos lo que estaba deseando en ese momento, me ruboricé y, él, me sonrió con picardía, no se sentía intimidado por la situación, pero se hacía el huidizo, como si la situación no fuera con él, era un momento realmente extraño, no sabía si me deseaba o símplemente pensaba que eran fantasías de una chica joven e inexperta.
En ese mismo instante noté como, David, comenzaba a mirarme con ojos de intención contenida, entendí que él lo deseaba igual que yo, pero se tomaba su tiempo, me observaba, me sonreía, intentaba contener ese ardor que le quemaba por dentro, pero, por otra parte, tampoco tenía intención de frenarlo y fue entonces cuando me preguntó: -¿Qué es lo que quieres, Lucía?- y continuó:- No ves que no podemos y lo sabes.-
Entonces, me acerqué a él, sentía su calor desbordante, su enorme belleza varonil me arrastraba, era un hombre tremendamente interesante y, por alguna extraña razón, <<me seguía preguntando en mi interior, cómo no podía evitar esa atracción sexual salvaje que me envolvía, una atracción animal despertaba mis más primarios instintos>>; cuando, David, sintió que me acercaba peligrosamente a él, me miró con una mirada intensamente seductora, me tomó con sus enormes manos el rostro y me dijo: -Eres toda una mujer- y me acercó a su boca besándome con delicadeza, pero pronto se transformaron en besos hambrientos
de dos bocas que se buscan sin tregua. Me besaba como si mis labios fueran néctar de miel, los mordisqueaba, succionaba, los lamía con ardor desafiante. Su lengua era experta conocedora de sus actos y jugueteaba en mi boca sedienta de todos los manjares que allí se escondían.
Yo estaba excitadísima, <<esa forma de comerme la boca era excepcional, uhmmmmm...>>.
De repente paró de regalarme esos besos tan ardientes, me cogió por la cintura y me subió encima de la mesa, me sentó delante de él, quería mirarme mientras me desvestía con acalorada rapidez, me lamía los muslos, los apretaba con fuerza, sus grandes manos subían hacia ese lugar más recóndito de mi ser, mi vagina humedecida le esperaba con ansiedad, su lengua recorría mis piernas, llegando hasta mi delirante sexo que le esperaba con insidiosa premura, quería beberse todo mi ser...
Él estaba disfrutando, me miraba con pasión y deseo, quería poseerme. Metió sus dedos humedecidos a través de mis labios vaginales, <<uhmmm>>, los movía con una sabiduría extrema, era un placer extenuante, el sumum del sublime éxtasis, <<pensaba>>. Joder!! mi sexo estaba que ardía, -fóllame- espeté,
-sssshhhhhh- ,respondió él, -todavía no es el momento princesa, lo suplicarás extenuada y cuando ya no puedas más tus súplicas tendrán su merecida recompensa- ; en ese momento se llevó la mano a la entrepierna, se vislumbraba en su pantalón su miembro erecto, preparado, dispuesto para dar placer, y sonreí con cierta malicia, me acerqué y, desabrochando la cremallera, liberé aquella
bestia celestial, aquella potencia exultante que escondía entre sus piernas.
Cuando la tuve ante mis ojos no pude, cuanto menos, evitar poseerla, tocarla, chuparla, acariciarla con la lengua, juguetear con su glande; él gemía intensamente, su miembro era perfecto ante mis ojos, era el arma idónea para pecar sin remisión, se alzaba vigoroso, enervante, viril, pidiéndome más y yo no le hacía esperar, quería que gritara de placer; sus gemidos eran fuertes, entrecortados, estaba sintiendo una sensación extrema, mientras sus sabias manos presionaban mi clítoris, presiones fuertes pero detenidas a tiempo para evitar el dolor, me hacía sentir escalofríos y de mis labios se escapaban furtivos y susurrantes gemidos, gemidos de las intensas oleadas de placer que me proporcionaba; <<todo a su lado era exquisítamente lujurioso>>.
Tomó su pene y lo acercó a mi vulva, preparada para recibir tan dulce manjar, tan potente medicina que sería devorada sin piedad, le deseaba como nunca había deseado a ningún hombre, en ese instante ninguna duda albergaba en mi proceder, mi inexperiencia parecía haberse embebecido de conocimiento absoluto en "la materia" que me ocupaba, el instinto estaba jugando sus cartas y como experta sabedora de los goces masculinos, iba a demostrarle lo que realmente estaba clamando a gritos silenciosos, gritos desgarrados de pasión que yo sólo podía atisbar; aunque en ese instante necesitaba, azarósamente, sentirle en mi interior, en lo más profundo, penetrándome con locura, con contundencia, con seguridad; pero él me hizo esperar todavía algunos instantes más, rozaba su miembro con mi sexo, <<qué suavidad, qué libidinosa sensación, qué delicioso glande ofrenciéndose sin censura sobre mi monte de venus, sobre mi clítoris, qué maravilloso momento>>, pensaba, rozábamos el abismo del placer juntos.
Tras esos minutos de eterno y placentero sufrimiento, gritando y gimiendo como posesa, me mordía los labios, sudorosa y expectante de tan ansioso momento; pero él volvió a detener su perverso juego y me puso de pie contra la pared, atrapándome con sus decisivos y varoniles brazos y diciéndome _¿qué quieres de mí, mujer, hermosa y excitante mujer?, ¿qué deseas?- ; yo le besaba, le acariciaba
la espalda, musculosa y sudorosa, y le contestaba- !!!quiero ser tuya!!! ,esa tortura me estaba estremeciendo en demasía; entonces, David, me vendó los ojos y me subió a horcajadas sobre él, y allí, de pie,
me penetró con fiereza, metía sus dedos en mi boca, yo los lamía, los chupaba, los recorría con avidez, mientras, él me penetraba con fuerza , con ritmos acompasados, le sentía completamente, con plenitud, su forma de hacerme el amor era verdaderamente bestial.
Poco después, me despojó del pañuelo que cubría mis ojos, me miró tiernamente y me dijo, con una voz sensual y dulce: -Mírame a los ojos, Lucía, mientras derramamos nuestros fluídos al unísono, unidos en un único ser. Yo, le miré con deseo consumado y mezcla de agradecimiento, con el rostro de niña traviesa que desea ser reñida por sus malas acciones, y él me cogió del trasero apretando mi sexo contra el suyo, nuestros pubis estaban unidos, estábamos cerca del tan deseado orgasmo...
David, gemía enloquecido y yo acompañaba sus gemidos con susurrantes ahogos que emanaban de mi garganta, hasta que finalmente el clímax aconteció como una montaña rusa de emociones contenidas.
Derramó su esencia en lo más hondo, yo le embriagué de mis flujos vaginales, sentimos que esa unión no había sido simplemente sexualidad desfogada.
Él había despojado su ser ante mí y yo le correspondía con el sentimiento que queda cuando dos personas se abandonan a la pasión, la lujuría, el frenesí desbocado unido a la emoción, al sentir profundo de la conexión...
Lo que habíamos compartido era sexo puro y duro, sí, pero todo ello envuelto en un halo de intensa entrega...Algo parecido a eso que llaman...¿amor? No estaba segura de cómo definirlo, tampoco me importaba, sólo importaba el momento, él y yo...
Quizá no lo vuelva a sentir, quizá no sepa qué ocurrió y qué sentí realmente, pero algo cambió en mí, en él...
Seguimos buscándonos con el mismo ardor, idéntico deseo presuroso, impacientes, sedientos, hambrientos como lobos que ansían devorar la presa sin compasión...
Mis estudios fueron realmente fructíferos en los años de carrera, aprendí mucho más de lo que esperaba; aquéllo que no está escrito en los libros.