sofocleto:
AVENTURA EN EL AFRICA
by Luis Felipe Angell "Sofocleto" on Friday, July 23, 2010 at 5:27pm
En mis frecuentes viajes por el Africa, donde permanecí casi cuatro años, yo me hice amigo personal del guerrero Martinez, que vivía con la tribu de los Watusi -elegantes, gigantes y aristócratas del Continente Negro- cuya población está a nueve o diez kilómetros de Ujiji, donde se realizó el célebre encuentro con Stanley con Levingstone. Recuerdo que llgué una tarde curiósamente fresca y que fuí recibido por un dignatario tribal que me estrechó la mano y me dijo, con una sonrisa de piano sin teclas negras:
-¡Ungala Jajuju...!
Como yo no hablaba -ni hablo, ni hablaré jamás- Watusi, pedí que alguno de los guías me tradujera lo que yo había interpretado como un saludo.
Pero no era así.
-Wamba -me explicó el cutato- aquí el coronel dice que le dá la bienvenida, que ya le avisaron por tambor de su llegada y que tiene mucho gusto en saber que ested es peruano porque en la tribu vive otro peruano que se apellida Martinez...
-¡A la gran siete -me sorprendí-. ¿Todo eso le dijo con lo de “Ungala Jajuju”?!
-Si, Wamba -confirmó- porque el coronel es hombre de pocas palabras...
Martinez no estaba. Había salido a cazar leones para la comida, pero en cambio me presentaron a su mujer, cuya belleza me dejó turulato porque tenía un cuerpo descalabrante y una cara que solamente recuerdo haberla visto a Lena Horne, en mis años mozos, y a la mujer de otro amigo que mejor es no mover el asunto porque todavía está fresco. Bueno, la mujer era algo sensacional y esto me avivó la curiosidad por conocer a su marido quien, aparte de ser paisano, debía ser una especie de Hércules, para hacer juego con semejante pareja.
Recién a las cinco y media volvieron los guerreros. No habían cazado ningún león, pero en cambio traían dos rotarios medianos que podían cubrir perfecatmente el estofado de esta noche. Martínez también sabía de mi llegada porque la ventaja del Africa consistía en que el tambor era gratis y uno podía comunicarse con quien le diera la gana ya que no había serviocio medido. Bueno, llegó Martínez y mi sorpresa fue tan grande como un watusi porque, lejos de ser un Hércules ni nada por el estilo, mi paisano andaba con el esqueleto que se le salía del pellejo, por flaco, y que le crujía como vela de buque, por desnutrido.
¡Paisano -le dije, emocionado por el encuentro- qué gusto me da el conocerlo...!
A mí también -contestó a media voz y mirando a ver si lo escuchaba alguien-, pero es urgente hablar a solas, esta misma noche. Después de la cena nos reuniremos aquí, en este mismo sitio, cuando el chacal aúlle tres veces...
¡Caracho, Martínes -me preocupé- ¿Y si el chacal no aúlla esta noche porque está afónico o algo...?
Estaba clarísimo y nos separamos. A la hora de la cena comí apenas un pedazo de rotario y luego me fui al lugar de la cita, esperando el grito del chacal. En efecto, al rato aulló tres veces y apareció Martínez recomendándome silencio. “¡Ven!”, susurró y me llevó hasta un clarete de la selva, donde me contó su impresionante historia. Martínez era del Callao. Tipo aventurero, se metió en un barco que iba al Africa. En Africa desertó y se echo a vagar por ahí, hasta que dió con la tribu de los Watusi, donde se enamoró de Tatila a primera vista. Fue algo tremendo. Martínez comprendió que no podía vivir sin ella y la pidión en matrimonio al jefe de la tribu. Dispuesto a vivir para siempre con los Watusi. Aceptaron su propuesta pero debía cumplir exitosamente veinticinco pruebas, la más fácil de las cuales consistía en cazar un cocodrilo con anzuelo. Martínez se lanzó a cumplir el desafío y, en efecto, llegó hasta la última, pero con el 15% del organismo devaluado por acción de los leones, los cocodrilos, los hipopótamos y otros animales que debió enfrentar. Luego lo casaron con Tatila en una ceremonia típica donde a Martínez lo pintaron de siete colores, lo tatuaron de arriba abajo, le atravezaron la nariz con un hueso de leopardo y lo nombraron guerrero de la tribu. Pero, Martínez ignoraba que entre los Watusi la mujer es dueña del hombre y puede exigirle el cumplimiento de sus obligaciones cuando le parezca necesario. Ahora bien, a Tatila le parecía necesario cada cinco minutos y en tres meses se puso tan flaco que si caminaba de perfil no lo veían no los leones. Habló con ella, le suplicó, le lloró, pero Tatila continuó cepillándose a Martínez como si fuera un terno. Un día, desesperado, Martínez acudió al rey de los Watusi y solicitó el divorcio.
“Muy bien -le dijo el rey- pero tendrás que pasar por veintinco experiencias, cuya lista te recomiendo leer para que después no me vengas con reclamos...”. Martínez leyó. Peleas con leones, combates con tigres, etc. A todo estaba dispuesto pero, cuando llegó a la experiencia número 25 se encontró con que decía: “Al divorciado se le contará el langalán, que será enterrado en la puerta de la divorciada”. Martínez le preguntó a un amigo qué era el langalán y el amigo se lo contó con lujo de detalles. Entonces Martínez fue donde su mujer, le pidió perdón, le prometió que nunca más se rebelaría contra ella y que estaba dispuesto a cepillársela cada media hora. Martínez, entonces, hizo un alto en su relato, que yo aproveché para preguntarle qué cosa era , exactamente, el famoso langalán.
- Bueno -me dijo-, ¿tú has visto esos gatos grandes, hermosos, de pelo suave, gordos, que se ponen así porque ya no pueden tener hijos...? Bien, a esos gatos fue que les cortaron el langalán...