El Guardaespaldas
Esta vez le tocaba viajar sola, cuando le dieron la noticia no dejaba de pensar qué demonios se le habría perdido a ella al otro lado del Atlántico, esta vez era algo muy diferente de su trabajo habitual. Es cierto que manejaba bien el nuevo sistema de intranet y el alojamiento de los nuevos archivos virtuales que sustituían a los físicos, pero no veía la razón de que la hicieran viajar por un periodo mínimo de 2 meses a aquel país para poner al día a sus compañeros en la sucursal. Eran buenos profesionales y se adaptaban bien a los cambios, no veía razón tampoco para que tuviese que ser expresamente ella, había otros que podían hacerlo.
Pero era una orden, y como tal había que acatarla. Dejaría el trabajo habitual en manos de su compañero y tendría que adaptarse a vivir una temporada fuera, una temporada aún no definida, aunque en un principio estaban establecidos 2 meses.
Comenzó a planificar el viaje en coordinación con los compañeros de la sucursal, esta vez no iría de hotel, merecía la pena alquilar una casita para abaratar costes. La habían instruido de que debía de pasar desapercibida, en ropas, en la elección de coche y en comportamiento. Dentro de esto último veían necesario contratar los servicios de un guardaespaldas, la peligrosidad del país lo hacía necesario por su alta inseguridad. En un lugar en el que no era necesario ni el permiso de armas y estaban en posesión de cualquiera, y la pobreza era tan grande, un Europeo era una tentación demasiado grande, y que su vida no valiese mucho, por pequeño puñado de dólares.
Lo que no sabía era como disimular su procedencia, la tez oscura de sus habitantes contrastaría demasiado con su piel pálida y sus ojos claros, eso era imposible de disimular.
El viaje se hizo casi interminable, tan sólo llamó su atención el sobrevolar la “gran manzana” al aviso del comandante del avión, su extensión era de dimensiones ciclópeas, aún a aquella altura.
Al llegar a la capital del país de destino aún le quedaba un vuelo más para viajar hacia el norte, hacia una pequeña ciudad situada a pocos kilómetros de la costa Caribeña.
Lo primero que sintió al recoger el equipaje en el aeropuerto final fue la bofetada de calor extremadamente húmedo, sudaba copiosamente, y el traje elegido para viajar comenzaba a estar empapado y a pegársele al cuerpo; aún sin la chaqueta, la camisa blanca y los pantalones grises se habían pegado a su cuerpo como un sello, las gotas de sudor resbalaban por su frente y mejillas, y el pelo se le pegaba a la cara y el cuello incómodamente. Deseó haberse puesto algo más cómodo para viajar pero, a pesar de haber revisado la temperatura de su destino antes de despegar en origen, no esperaba aquel calor tan sofocante acentuado por la altísima humedad.
La forma de reconocer a su guardaespaldas era el sistema tradicional, un letrero con su nombre en las manos de alguien anónimo que esperaba en la zona de espera de vuelos de llegada.
Recorrió con la mirada la pequeña multitud que esperaba tras la cinta que separaba a los viajeros de los residentes, no sabía a quien esperar, ¿quizá alguien con la piel oscura típica del país?, entonces reparó en el letrero con su nombre entre las manos de un hombre con rasgos europeos, o de américa del norte, y se acercó a él identificándose y extendiéndole la mano.
Le sintió recorriéndola con la mirada con un mohín jocoso y aún maldijo más no haberse puesto una camiseta en lugar de aquella camisa que, en semitransparencia, ya no ocultaba las formas de su cuerpo a aquellas alturas. Finalmente la extendió la mano estrechándola en un gesto seco y fuerte, que le dio una idea de fuerte personalidad y se dio cuenta por su fuerte acento americano, al hablar en Español, de que no era Europeo, ni oriundo del lugar. Aquello explicaba el rubio de su corto cabello y el azul intenso de sus ojos.
Al fijarse un poco más observó que llevaba una pistola semi escondida en la cintura, a falta de otros lugares más discretos al ir vestido con unos vaqueros muy raídos y una ligera camiseta de tirantes que dejaba a la vista un cuerpo musculado y muy bronceado. Sintió escalofríos, no le gustaban las armas de fuego.
Recogió su equipaje y la guió hasta una vieja camioneta aparcada cerca del aeropuerto, el camino hasta la casita alquilada era encantador, por un lado, y terrorífico, por otro.
En los laterales de la carretera, ya lejos del aeropuerto y la autopista (una carretera semiempedrada y llena de baches), surgían espontáneamente palmeras tropicales por doquier, y el tráfico era de auténtico terror, parecía no existir norma de circulación alguna. Pensó para sí misma que, si no moría a manos de algún asaltante no previsto por su guardaespaldas, lo haría en la carretera con toda seguridad.
No hubo una sola palabra durante todo el trayecto hasta llegar a la pequeña casita situada en las afueras de la ciudad, la obligada convivencia con aquel hombre encargado de protegerla se le antojó que iba a ser difícil.
La casita de pequeñas dimensiones tenía un pequeño jardín tropical en el exterior, y una piscinita que en aquel momento se le antojó lo mejor que podía haber en aquel país. El interior era pequeño y acogedor, las ventanas protegidas con mosquiteras y tradicionales ventiladores en el techo que distribuían el calor, más que refrescar (¿no existía el aire acondicionado?).
Tras deshacer el equipaje, conocer al pequeño servicio que habían puesto a su disposición, y ponerse un escueto bikini, se dispuso a nadar un rato en la, ahora, más que tentadora piscina tenuemente iluminada por focos internos en la ya casi noche cerrada.
Al pasar por el pequeño salón le vio limpiar su arma y revisarla con meticulosidad, y volvió a sentir un escalofrío que le hizo acelerar el paso de camino al jardincito para sumergirse en la piscina.
Después de un rato de relajarse haciendo largos en la medida que la piscina permitía, salió sintiéndose renovada y pensando en la tarea que le esperaba ya a partir de primera hora de la mañana del día siguiente. Conocía a sus compañeros por foto, pero no les había visto nunca, tan sólo su trabajo hablaba de ellos, y hablaba siempre bien.
Sumida en sus pensamientos, no se dio cuenta de que la observaba tras el ventanal con mirada taciturna.
La siguiente mañana la estaba esperando ya en la camioneta antes de que ella se hubiese incluso vestido….. pasar desapercibida, ¿cómo se pasaba desapercibida?. Se había llevado una colección de vaqueros, camisetas, pantalones cortos, pero no estaba segura de que nada de eso la haría pasar desapercibida.
Cuando se montó en la vieja camioneta tan sólo un escueto “buenos días” y una mirada aprobadora a su ropa (unos vaqueros y una camiseta vieja). La dejó en la puerta de las pequeñas oficinas y se despidió de ella hasta la noche, tan escuetamente como el buenos días inicial.
Al llegar a la oficina todos la miraron con curiosidad, al igual que ella, solo la conocían por foto. Una vez hechas las presentaciones pasaron al trabajo con la intranet. No le pareció que fuese tan complicado como para estar allí un periodo tan largo de tiempo, allí había algo que no estaba bien.
A una hora predeterminada tuvo que llamar a la central para dar el informe de llegada y de los avances hechos y, confirmando sus sospechas, la informaron de que el motivo de su estancia no era el predeterminado en origen, sino aprovechar la instauración de la intranet y meter los datos para auditar 5 años de contabilidad, 5 años en los que habían desparecido 2 millones de dólares.
Aquello implicaba no 2 meses de trabajo, sino muchos más…… tendría que trabajar sola sin levantar sospechas, revisando cada archivo y cada partida contable pormenorizadamente…. era una locura.
Al pasar a recogerla al anochecer, el escueto buenas noches le pareció hasta una larga conversación, dejó que arrancase la camioneta y la llevase de vuelta a la pequeña casita intentando pensar cómo agilizar el trabajo y poder volver a su vida ordinaria con la mayor rapidez posible, sin darse cuenta de que, esta vez, el sorprendido por lo parco en palabras y su total ausencia, era él.
Continuará……