por Jota » 22 Dic 2022, 00:58
Rut, sencillamente Rut sin hache, calmada, amable, mmm inteligente, divertida e increíblemente deseable, entiéndaseme deseable en el plano sexual. Soy incapaz de hallarle algún déficit fuere éste del tipo que fuere. Que los tendrá, incluso ella los admite mientras su sonrisa me transmitía la seguridad de que eso era imposible.
Había llovido durante todo el día, copiosamente, sí. -¿Llevas paraguas? –me dijo Sara, mi pareja de entonces. -¡No!, le respondí. –Te vas a poner chorreando. –Afirmó sin duda alguna. –No te preocupes, amor, ya luego tú me secas. ¿Vale? –No llegué a escuchar su respuesta pero pensaba regresar a casa pronto para reclamarle algunas promesas que me había hecho y estaban pendientes de su cumplimiento.
El lugar de la conferencia estaba rebosante de invitados. Afuera seguía lloviendo. Empecé. Señor presidente, señores vicepresidentes, alcaldesa, secretarias generales… y allí estaba ella. –Perdón, y allí estaba ella. Allí. Vengo esta noche aquí para compartir con ustedes una importante experiencia… -Seguía allí. Espero hallar las palabras adecuadas para poder transmitirles… -continué.
-Mmm sus muslos, su mirada, sus pechos. Sin duda ustedes esperan de mi exposición una respuesta a los muchos retos que la modernidad nos plantea. –Su figura estaba absorbiendo mi atención, digo absorbiendo como si fuera un rapto o un robo. Rut, ella era Rut y me sonreía de una forma tan directa que no cabría ninguna duda. Dije que pensaba regresar a casa, lo dije y ahora no. Ahora no. Ahora renunciaría a todo por ella. -¡Cómo puede ser posible? -¿Cuándo finaliza esto? –reflexioné. ¡Joder, José Antonio, que es tu propia conferencia, te quiero decir o mejor dicho me quiero decir que es mi conferencia! Miré el reloj y tan solo había transcurrido tres cuarto de horas y a todo esto apreciado público me gustaría que tuvieran la certeza de que les pasaré todas y cada una de las soluciones a todos y cada uno de los problemas que habremos de tratar lo más pronto posible. Les quedo agradecido por su asistencia y quedo a su disposición para lo que estimen a bien preguntar por más que un vino y los correspondientes aperitivos nos aguardan en el salón de actos. –Debieron apercibirse de mis prisas y apenas plantearon un par de cuestiones que solventamos con una celeridad escalofriante.
Ella seguía allí. Nada más bajar del estrado se acercó a mí. –Soy Rut. –Ajá, hola Rut yo soy yo soy quiero decir que yo soy José A. ¿te apetece una copa? –Desde luego si es contigo sí. -¡Yo ruborizándome! Pues sí, ya ves también yo, esto, también yo contigo.
Desde el ventanal veíamos cómo el cielo se derrumbaba sobre la noche de Cádiz. Se oía la mar agitada sobre el rompiente y ya empezábamos a intuir la calidez de las sábanas del Hotel Atlántico. Por cierto Rut, qué tienes que hacer ahora, me atreví a preguntarle. ¡Nada! me respondió contundentemente. Nada fuera de ti, añadió. -¿Fuera de mí? -¡Sí! ¡Bueno, no seguiré por ahí! le dije, no quisiera perderme lo mucho que encierra esa expresión. -¡Exactamente! fue su críptica respuesta a mi respuesta tan dubitativa o a saber.
Nos despedimos. Rut se había marchado ya. Salimos cada uno por su lado y en el hotel precisamente disponían de una habitación para los dos. ¿Cómo lo planeamos, tan instintivamente, tan automáticamente? ¡No era un sueño? ¡Yo pecando contra no sé qué mandamientos! ¡Yo? –Pues sí, tú, tan enamorado de, tan atento con, me confesé y sí, yo y ahí que iba hacía dónde. Hacia donde fuera, añadí.
Entramos en la habitación, la lluvia, la mar y el rompiente, el gris de un cielo noctívago que se derrumbaba contra los tejados. Nos besamos como hacía tiempo que no. Nos acariciamos como hacía tanto que yo no. Nos desnudamos con la parsimonia propia de. Y de pronto, con una voz aterciopelada, profunda, dulcísima, Rut, sencillamente, Rut, sin hache, me deletreo con una sedosidad propia de una diosa, tan melosamente: -¡Fóllame! Y yo nuevo adepto a su religión obedecí ciegamente pareciéndome su orden una oda al lirismo, a la lascivia, a la sensualidad. Durante no sé cuánto tiempo estuve cumpliendo su mandato, estuvimos.
Sus gemidos me mantenían vivo, su placer hacía que sobreviviera, su liquidez en mi lengua fue mi latido. Toda ella y durante cuánto, Rut, durante cuánto, preciosa. ¡Por qué? –me pregunto- por qué. Yo sé la respuesta me respondió Rut mientras sus manos me reclamaban de nuevo para que me adentrara entre sus muslos. -¡El infierno, todos los infiernos del universo serán para mí! Estoy seguro.
Te conocía, Rut, te conozco desde siempre. Desde siempre.
[J.A. 21.12.22]