Sherezade_X escribió:El Libro
No creía que tardase mucho ya en ser aceptada en el mundo de los adultos, en cierto modo estaba cansada de la sobreprotección, de no poder ver películas que no eran consideradas aptas para niños, de tener que irse a la cama a las 10 la noche, de tener que andar captando palabras y expresiones entre cuchicheos que se hacían volviendo la cabeza para que no pudiese leer los labios.
¿Dónde estaba el problema?, tenía ya 13 años y sabía (en el cole se habían esmerado ya hacía un par de años), lo que era el sexo y la reproducción, le habían explicado lo que eran las drogas y sus perniciosos efectos sobre el cuerpo, las noticias estaban llenas cada día de violentas muertes y de miles de guerras que dejaban cuerpos sobre el asfalto de muchas ciudades, incluso en los dibujos animados encontraba vestigios de ese mundo adulto vetado camuflados entre imágenes que ya le empezaban a parecer más propias de su hermana, 7 años menor que ella.
Aquel día en la biblioteca decidió darse una vuelta por la sección de adolescentes, la oferta de libros era variada, de todo tipo de temática de aventuras, de ciencia, de filosofía y, por supuesto, de ficción.
Se fijó en el dibujo de la tapa de aquel libro en concreto, era un dibujo oscuro, su tema principal era un hombre con sombrero de ala ancha, abrigo gris, pantalones negros, y un maletín negro sujeto en una de sus manos. Su figura estaba tenuemente iluminada por una farola de una calle cualquiera y le hacía resaltar en la lúgubre barriada oscura por la que parecía caminar. Su título “El Exorcista”.
Leyó la sinopsis y le pareció interesante, intrigante. Era cierto que había oído hablar del diablo, habiendo recibido educación cristiana había oído hablar múltiples veces de las tentaciones, del infierno, de los pecados, y un largo sinfín de epítetos que reverenciaban todo lo que aquel ser podía causar en la naturaleza humana, pero nunca había oído hablar de que aquel ser pudiese meterse en el cuerpo de una persona, una niña como ella en aquel caso, y poseerla hasta hacer que un cura tuviese que sacarle de su cuerpo.
Creía que este podía ser el tipo de reto que la empezase a introducir en el mundo de los adultos, una de esas cosas de las que los adultos cuchicheaban a sus espaldas y de la que no la dejaban ser partícipe, pensó que, quizá, si pudiese hablar con ellos de temas así finalmente se darían cuenta de que aquella niña estaba dejando de serlo. Se preguntó si sus padres tendrían problemas en aceptar aquella lectura, no veía por qué, después de todo sus treces años y la mucha educación católica tendrían que pesar para ellos, no podían hacer de ella una niña eternamente. Sí, decidió, se lo llevaría a casa e, inicialmente, lo ocultaría, cuando lo hubiese leído ó, al menos, leído lo suficiente, hablaría de ello con sus padres.
Durante los siguientes días se despedía de sus padres y hermana, tras los deberes y la cena, con el beso de rigor, más temprano de lo habitual y alegando que estaba cansada. Esperaba a que la casa quedase en silencio tras marcharse sus padres a la cama y encendía la tenue luz de la lámpara de la mesilla de noche. Se adentraba por las páginas devorándolas hasta que escuchaba las campanadas anunciándola que ya era muy tarde y después se dormía.
Aquella noche guardó el libro en la mesilla de noche miméticamente, como las otras noches, y se durmió.
Sus sueños fueron inquietos, aquel rostro desfigurado descrito, la espuma saliendo por la boca de aquella niña de casi su misma edad, y las prácticas y rituales del cura se mezclaron en sus sueños para dar lugar a un estado de inquietud que no la dejó descansar e hiciese que estuviese muerta de sueño al día siguiente.
Sin embargo, la noche siguiente abrió la mesilla de noche con avidez para recuperarlo pero ¡el libro no estaba!. Hizo memoria, estaba casi segura de que había dejado el libro allí, siempre lo dejaba allí, ¿lo habría encontrado su madre y se lo habría requisado?. Por otro lado, quizá el sueño le jugó una mala pasada, ya no estaba segura; esa noche no era momento para meter ruido y revolver por la habitación, pero se prometió a sí misma buscarlo al día siguiente por si lo había guardado en un lugar distinto. Se durmió pensando qué habría pasado con el libro, y sus sueños volvieron a ser inquietos y llenos de seres de rostros deformes y formas irreconocibles que parecían tener un rictus de dolor y sufrimiento.
La mañana siguiente despertó con los rayos de sol entrando por la ventana, hacía un precioso día de primavera, su madre la metía prisa porque empezaba a hacerse tarde para desayunar y vestirse. Se levantó corriendo poniéndose las zapatillas semi escondidas bajo la cama y sus pies tropezaron con algo que salió lanzado hacia el lado opuesto de la habitación por debajo de la cama. Miró qué sería y vio el libro. Aquello explicaba no haberlo encontrado la noche antes, se le debió de caer al quedarse dormida hacía dos noches y quedó bajo la cama. Volvió a depositarlo en el cajón de la mesilla de noche y salió corriendo a la llamada de su madre.
Después de desayunar procedió a vestirse dándose cuenta de que no era la ropa que le había pedido a su madre ponerse, y su madre era pulcra preparando su ropa, estaba segura de que había visto a su madre preparar la noche antes los vaqueros y el ligero jersey crema, pero el tiempo apremiaba y tenía que vestirse para salir disparada y no llegar tarde al instituto. Se vistió con aquella ropa que la gustaba mucho menos, ya le preguntaría a su madre al regresar.
Aquella noche retomó el libro a hurtadillas, como cada día, esta vez no esperó a escuchar las campanadas que anunciaban que ya era demasiado tarde, cerró el libro cuando el pasaje le comenzó a dar auténtico miedo.
Sus sueños, nuevamente, fueron inquietos y llenos de pesadillas de monstruos deformes.
La necesidad de ir al baño la despertó en mitad de la noche, alargó la mano hacia la mesilla de noche para dar la luz, pero no la encontró, se volvió en la cama para alargar su brazo hacia el otro extremo, quizá había dado muchas vueltas en sueños y había perdido el sentido de la orientación, pero… no la encontró. La luz insuficiente que entraba por las rendijas de la persiana tendrían que ser las que le guiasen hacia la salida de la habitación en dirección al pasillo y, posteriormente, al baño. Caminó hacia la puerta en la semi oscuridad avanzando las manos para tocar lo que encontraba en su camino y no tropezarse, hasta llegar a donde estaba la puerta abierta, pero sus manos tropezaron con una superficie lisa y fría que no sabía lo que era. Tanteó con sus manos para darse cuenta de que se hallaba frente al armario, ¿se había equivocado de dirección nuevamente?. Sintió que el terror comenzaba a apoderarse de ella, intentaba tranquilizarse pero su corazón latía desaforadamente y las manos le temblaban.
Caminó en sentido contrario desandado lo andado y tanteó de nuevo por la pared buscando la puerta de salida, pero nuevamente se encontró con una superficie lisa y fría en la que no había ni rastro de la puerta. El cálido líquido comenzó a deslizarse por sus piernas hasta mojar sus pies y hacer un charco en el suelo, al tiempo que de su garganta exalaba un grito en mitad de la noche: ¡mamaaaaaaaaaa, ayúdame, el díablo ha cambiado los muebles de sitio y no puedo salir de la habitación!. A estas alturas se tropezaba torpemente con todo el mobiliario de la habitación haciendo que el dolor de sus pies y piernas se volviese insoportable.
De repente, sintió que algo sujetaba su brazo y tiraba fuertemente de ella en dirección contraria hacia donde quería huir, sólo se oyó gritar fuertemente intentando zafarse de aquellas garras que la sujetaban y no la dejaban marchar, sintiéndose arrastrada por toda la habitación sin poder hacer nada para liberarse.
La luz se hizo a su alrededor de forma repentina, no sabía dónde estaba, no reconocía lo que tenía delante, sólo escuchaba unas voces lejanas que le decían que se tranquilizase y un dolor en su rostro hizo que comenzase a sollozar y abriese los ojos para ver delante de sí a sus padres y mirar alrededor dándose cuenta de que estaba tumbada en el pasillo de su casa.
Estiró la mano señalando a su habitación e intentó hablar, pero de su boca sólo salían palabras que sus padres no parecían entender.
La llevaron a su habitación y encendieron la luz, todo estaba en orden, su cama, el armario, la mesilla de noche, la lámpara, sus libros escolares…. Y el libro sobre la mesilla de noche.
Aquella noche su madre durmió con ella vigilando su sueño y, al día siguiente su madre tiraba a la basura el libro, después de hablar con ella, y diciéndole que era mejor pagar la multa en la biblioteca y que el libro saliese de la casa de inmediato.