Diego García de Paredes. ( El Sanson Español)

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Diego García de Paredes. ( El Sanson Español)

Notapor Alonso Quijano » 29 Dic 2012, 14:37

Diego García de Paredes (1468-1533)


Imagen

Diego García de Paredes

Supuesto retrato de Diego García de Paredes grabado por Juan Schorquens, 1621
Coronel
Años de servicio 1485 - 1533
Apodo «El Sansón de Extremadura»
Lealtad España
Estados Pontificios
Sacro Imperio Romano Germánico
Unidad Infantería
Mandos Coronel del ejército de España, Maestre de Campo del Sacro Imperio Romano Germánico y Coronel de la Liga Santa
Participó en
Guerra de Granada?

Guerra de la Romaña

Guerra Turco-Veneciana

Asedio de Cefalonia
Guerra de Nápoles

Asedio de Tarento
Batalla de Ruvo
Batalla de Ceriñola
Batalla del Garellano
Campañas de África

Mers-el-Kebir (1505)
Orán (1509)
Bugía (1510)
Trípoli (1510)
Guerra de la Liga de Cambrai

Sitio de Padua
Batalla de Rávena
Batalla de Vicenza
Guerra de Navarra

Batalla de Noáin
Batalla de San Marcial
Asedio de Maya
Asedio de Fuenterrabía
Guerra Italiana de 1521-1526

Batalla de Pavía?
Diego García de Paredes (Trujillo, España, 30 de marzo de 1468 – † Bolonia, Italia, 15 de febrero de 1533), llamado «El Sansón de Extremadura», militar español de valor temerario y colosal fuerza física, combatió como capitán de infantería en las guerras de Granada, Grecia, Italia, Norte de África y Navarra. Duelista invicto en numerosos lances de honor, capitán de la guardia personal del Papa Alejandro VI, condottiero al servicio del Duque de Urbino y de los Colonna, coronel de infantería de los Reyes Católicos bajo el mando del Gran Capitán, cruzado del cardenal Cisneros, Maestre de Campo del Emperador Maximiliano I, coronel de la Liga Santa y Caballero de la Espuela Dorada al servicio de Carlos V. Fue el soldado español más famoso de la época, admirado por sus contemporáneos como prototipo del valor, la fuerza y la gloria militar.

OcultarOrigen familiar e infancia

Diego García de Paredes nació en Trujillo el 30 de marzo de 1468,[1] hijo primogénito y legítimo de Sancho Ximénez de Paredes, descendiente del antiguo y noble linaje de los Delgadillo de Valladolid, y de su esposa doña Juana de Torres, noble dama trujillana del linaje de los Altamirano. En los primeros años de su infancia, «criose al estruendo de las armas que veía ejercitar a su padre»,[2] infundiendo este ejercicio «tanta afición en el noble joven y tantos brios en las fuerzas, que con la edad cada día crecían»,[3] destacando desde sus inicios, pues se dice que «en sus tiernos años vencía a todos los de su edad».[4] Además de practicar estos juegos físicos y militares, Diego aprendió a leer y escribir, algo inusual en la época para alguien que no se había criado en la Corte, y más aún para un joven inclinado al oficio de las armas.

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OcultarCarrera militar

Guerra de Granada

La participación de Diego García de Paredes en esta guerra es bastante dudosa, principalmente por falta de datos fidedignos en su primera juventud; el escritor y biógrafo Miguel Muñoz de San Pedro niega rotundamente en su obra[5] cualquier intervención del extremeño en esta campaña, afirmando que permaneció en Trujillo al cuidado de su madre viuda y de sus hermanos más pequeños hasta 1496. Sin embargo, algunos autores[6][7][8] aseguran que siguió a las tropas castellanas de Isabel la Católica a la Guerra de Granada, participando desde 1485 hasta el asedio y toma final en 1492, convirtiéndose en uno de los paladines cristianos del final de la Reconquista; en el año 1485 se hallaría en la entrega de la ciudad de Ronda, una de las principales fortalezas del Reino de Granada y más tarde, en 1487, en la toma de la ciudad de Vélez-Málaga. El 20 de abril de 1491, los Reyes Católicos sitiaron la ciudad de Granada: el largo cerco duro ocho meses, hasta que el 2 de enero de 1492 cayó el último bastión musulmán en España. Este gran suceso impresionó a toda la Cristiandad y vino a consolar la pérdida de Constantinopla en 1453.

Guardaespaldas de los Borgia.

Las noticias fiables sobre la vida de García de Paredes comienzan en 1496, tras el fallecimiento en Trujillo de su madre, doña Juana de Torres. Libre de lazos familiares (Sancho de Paredes, el padre, había fallecido en 1481), su espíritu aventurero le llevó a la Italia del Renacimiento. Diego desembarcó en Nápoles a finales de ese mismo año, acompañado por su hermano bastardo, Álvaro de Paredes; sin embargo, la guerra por el reino napolitano entre españoles y franceses había cesado recientemente, y, ante la falta de jornal, viajaron a Roma para servir al Papa; durante un breve periodo, por escasez de sueldo, se ganaron la vida junto a otros españoles buscando «ventura de enemigos»,[9] duelos y confrontaciones nocturnas en las calles y suburbios de Roma, tras las cuales despojaban a los oponentes de sus capas, la prenda de vestir más valiosa, que luego vendían en el mercado clandestino de Nápoles. No queriendo llevar esta vida deshonrosa para un hidalgo, Diego decidió darse a conocer a un pariente suyo en el Vaticano, el cardenal Bernardino de Carvajal, quien mejoró notablemente su situación social. El Papa Alejandro VI no necesitó demasiadas recomendaciones: deslumbrado tras observar durante una disputa en el Vaticano cómo aquel hercúleo español, armado solamente con una pesada barra de hierro, había destrozado a una comitiva de arrogantes italianos «matando cinco, hiriendo a diez, y dejando a los demás bien maltratados y fuera de combate»,[10] nombró al extremeño guardaespaldas en su escolta, pasando Diego a dirigir la guardia vaticana, predecesora de la célebre Guardia Suiza, y capitaneando los ejércitos de César Borgia en sus campañas de la Romaña italiana. Como jefe de la guardia Papal del Castillo Sant'Angelo, estuvo presente en Roma el 14 de junio de 1497, cuando el cadáver de Juan Borgia, hijo del Papa Alejandro VI, apareció cosido a puñaladas en las aguas del Tíber; mientras toda Roma, convulsionada entonces por las profecías apocalípticas del monje Girolamo Savonarola, hervía de siniestros rumores, miedos y murmuraciones, Paredes fue uno de los españoles que durante esas fechas estuvieron con los ánimos encendidos, prestos a empuñar sus enormes mandobles, buscando a los culpables de un crimen que ha quedado para siempre en el misterio. Ese mismo año, una facción de los nobles de Italia, encabezados por los Orsini (inducidos por el cardenal Juliano della Rovere), habían tomado las armas contra Alejandro VI. Su hijo, César Borgia, emprendió la destrucción de aquellos tiranos, y concibió el gran proyecto de la unidad de Italia bajo el poder del Soberano Pontífice: gran ocasión para que García de Paredes emplease su denodado arrojo. Como capitán de los Borgia, intervino junto a las tropas españolas al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba en la captura del corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que se había apoderado del puerto de Ostia bajo bandera francesa, se encargó de tomar Montefiascone (donde demostró sus fuerzas descomunales al arrancar de cuajo las argollas de hierro del portón de la fortaleza para dar entrada al ejército pontificio)[11] y participó en la campaña contra los Barones de la Romaña: conquistas de Imola, diciembre de 1499, y Forlí, enero de 1500, defendida heroicamente por Catalina Sforza. En estas acciones coincidió con otros capitanes españoles al servicio de los Borgia, como Ramiro de Lorca, Hugo de Moncada o Miquel Corella (Micheletto).

Por estas fechas, se vio involucrado en uno de sus famosos lances de honor: el desafío se produjo con un capitán italiano de los Borgia llamado Césare el Romano; el duelo se celebró en Roma y acabó con la victoria de Diego, que cortó la cabeza a su enemigo «no queriendo entenderle que se rendía».[12] Sin embargo, el muerto debía ser personaje de importancia y el suceso produjo gran revuelo en el Vaticano, trayendo como consecuencia el cese de García de Paredes en el mando de su Compañía y su posterior encarcelamiento. Diego logró fugarse del ejército Papal y pasó a servir como mercenario del Duque de Urbino, enemigo de los Borgia, ayudándole a conservar sus posesiones. Después de la guerra de la Romaña, como de momento no podía volver con el Pontífice ni había tropas españolas a las que incorporarse, durante un tiempo pasó a servir como condottiero a sueldo de la poderosa familia italiana de los Colonna, bajo las órdenes de Prospero Colonna.

Cefalonia: comienza la leyenda

[img]http://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Diego_Garc%C3%ADa_de_Paredes_Sansón_de_Extremadura.jpg[/img]

De nuevo bajo las banderas de España, sirvió a las tropas del Gran Capitán en el asedio de Cefalonia, en Grecia, ciudad que había sido arrebatada recientemente por los turcos a la República de Venecia: setecientos jenízaros defendían aquella fortaleza situada sobre una roca de áspera y difícil subida. Españoles y venecianos sufrieron cerca de dos meses todo género de penalidades en aquel sitio sin poder rendirla. Los turcos tenían entre sus armas ofensivas una máquina provista de garfios que los españoles llamaban «lobos», con los cuales asían a los soldados por la armadura y levantándolos en alto los estrellaban dejándolos caer de repente, o bien, los atraían hacia la muralla para matarlos o cautivarlos. Diego García de Paredes, como siempre en primera línea de combate, fue uno de los hombres que de esta manera fueron llevados al muro, donde le echaron los garfios y, tras luchar en fuerzas con el artilugio para no ser sacudido al suelo, le subieron encima de la muralla. Diego realizó entonces la primera de sus grandes gestas dentro del plano firme de la historia, coincidentemente consignada en las crónicas[13][14] de su tiempo; conservando espada y rodela, puso pie sobre las almenas y, una vez abierto el artefacto, quedó en libertad de acción para comenzar una lucha que parece increíble y es, sin embargo, completamente cierta: con una violencia desenfrenada empezó a matar a los turcos que se acercaban para derribarle, y ni la partida encargada de dar muerte a los prisioneros ni los refuerzos que llegaron pudieron rendirle; refuerzos y más refuerzos vinieron contra él, estrellándose ante la resistencia del hombre de energías asombrosas, a quien «parecía que le aumentaba las fuerzas la dificultad».[15] Resistió heroicamente en el interior de la fortaleza haciendo «cosas tan dignas de memoria defendiéndose varonilmente que nunca le pudieron rendir»;[13] los musulmanes, «que muertos muchos perdían la esperanza de sujetarle»,[16] solo le pudieron capturar cuando «la fatiga del cansancio y hambre, después de haberse defendido durante tres días, le rindió».[17] Aquella lucha titánica fue algo sobrenatural, y ante semejante muestra de coraje los turcos respetaron su vida y le tomaron prisionero esperando obtener por su rescate mejores condiciones en caso de rendir Cefalonia. Restablecidas sus fuerzas, Diego esperó hasta que se inició el asalto final por parte de sus compañeros, momento que aprovechó para escapar de su prisión «a pesar de sus guardas»[18] ( Según la leyenda, arrancó las cadenas de su prisión, echó abajo las puertas del calabozo y arrebató el arma a los centinelas después de acabar con ellos; de una forma u otra, lo cierto es que no fue rescatado y consiguió liberarse de su propia mano[19] ) y colaboró en el ataque hasta que se tomó la fortaleza, haciendo «tal estrago en los turcos»[20] que «despedazó tantos como el ejército había acabado».[21]

Fue aquí, en las murallas de Cefalonia, donde comenzó realmente la leyenda de Diego García de Paredes: La pujanza de un hombre de fuerzas increíbles resistiendo tres días contra una guarnición de soldados turcos sólo pudo encontrar semejanza en los relatos de las hazañas de Hércules y Sansón; con ellas lo ligó el comentario de la tropa, siendo conocido a partir de ese momento entre los soldados españoles como «El Sansón de Extremadura», el gigante de fuerzas bíblicas, y por aliados y enemigos como «El Hércules y Sansón de España».

De nuevo al servicio del Papa

De vuelta a Sicilia, el ejército español quedó, de momento, inactivo. Acostumbrado a la inquieta vida guerrera, Diego se incorporó de nuevo a los ejércitos del Papa a principios de 1501, pues César Borgia acababa de retomar su empresa de la Romaña. La aureola de héroe alcanzada en Cefalonia valió el olvido de lo pasado, y César le nombró coronel en su ejército, participando en las tomas de Rímini, Fosara, en los Apeninos, y Faenza, conquistas donde ganó nuevos laureles al servicio de los Borgia: «un hombre de armas español de los del Duque, varón de muy gran fortaleza y ánimo, al cual llamaban Diego García de Paredes...arremetió como un león denodado con su espada y lanzose en medio de las fuerzas de los enemigos dando voces...haciendo cosas dignas de eterna memoria»[13] La campaña se cortó bruscamente, regresando Diego a Roma, donde César era requerido a causa del inesperado giro de los asuntos de Nápoles. Tras el cese de las hostilidades, se avenía mal el vigor, el ardor y el ansia de pelear que sentía Paredes en su pecho con la vida tranquila y refinada de la Ciudad Eterna.

Las guerras de Italia

«Ah Hercúleo Extremeño!...tus hazañas las publicará la fama por todo el mundo, mientras existan valientes, y sobre todo aquella del puente, cuando detuviste a un ejército entero, asombrará por siempre a los más célebres guerreros»[22]

A finales de 1501 comenzó la segunda guerra de Nápoles entre el rey Fernando el Católico y Luis XII de Francia por el dominio del Reino napolitano. Diego abandonó inmediatamente Roma para incorporarse a los ejércitos de España; en esta guerra, bajo las órdenes del Gran Capitán, alcanzó su apogeo como soldado, causando verdaderos estragos entre los franceses, quienes le «temían por hazañas y grandes cosas que hacía y acometía»,[13] y asombrando a sus contemporáneos con sus hechos de armas:


«De Diego García de Paredes ni palabras bastan para lo contar, ni razones para lo dar a entender. Traía una grande alabarda, que partía por medio al francés que una vez alcanzaba, y todos le dejaban desembarazado el camino...Daba voces a todos que pasasen al real de los franceses...A dos artilleros partió por medio Diego García hasta los dientes, de que el Marqués estaba espantado...y comenzó a huir en uno de los cincuenta caballos que de Mantua habían traído»[13]


Guerra de Granada

La participación de Diego García de Paredes en esta guerra es bastante dudosa, principalmente por falta de datos fidedignos en su primera juventud; el escritor y biógrafo Miguel Muñoz de San Pedro niega rotundamente en su obra[5] cualquier intervención del extremeño en esta campaña, afirmando que permaneció en Trujillo al cuidado de su madre viuda y de sus hermanos más pequeños hasta 1496. Sin embargo, algunos autores[6][7][8] aseguran que siguió a las tropas castellanas de Isabel la Católica a la Guerra de Granada, participando desde 1485 hasta el asedio y toma final en 1492, convirtiéndose en uno de los paladines cristianos del final de la Reconquista; en el año 1485 se hallaría en la entrega de la ciudad de Ronda, una de las principales fortalezas del Reino de Granada y más tarde, en 1487, en la toma de la ciudad de Vélez-Málaga. El 20 de abril de 1491, los Reyes Católicos sitiaron la ciudad de Granada: el largo cerco duro ocho meses, hasta que el 2 de enero de 1492 cayó el último bastión musulmán en España. Este gran suceso impresionó a toda la Cristiandad y vino a consolar la pérdida de Constantinopla en 1453.



Guardaespaldas de los Borgia y condottiero

Las noticias fiables sobre la vida de García de Paredes comienzan en 1496, tras el fallecimiento en Trujillo de su madre, doña Juana de Torres. Libre de lazos familiares (Sancho de Paredes, el padre, había fallecido en 1481), su espíritu aventurero le llevó a la Italia del Renacimiento. Diego desembarcó en Nápoles a finales de ese mismo año, acompañado por su hermano bastardo, Álvaro de Paredes; sin embargo, la guerra por el reino napolitano entre españoles y franceses había cesado recientemente, y, ante la falta de jornal, viajaron a Roma para servir al Papa; durante un breve periodo, por escasez de sueldo, se ganaron la vida junto a otros españoles buscando «ventura de enemigos»,[9] duelos y confrontaciones nocturnas en las calles y suburbios de Roma, tras las cuales despojaban a los oponentes de sus capas, la prenda de vestir más valiosa, que luego vendían en el mercado clandestino de Nápoles. No queriendo llevar esta vida deshonrosa para un hidalgo, Diego decidió darse a conocer a un pariente suyo en el Vaticano, el cardenal Bernardino de Carvajal, quien mejoró notablemente su situación social. El Papa Alejandro VI no necesitó demasiadas recomendaciones: deslumbrado tras observar durante una disputa en el Vaticano cómo aquel hercúleo español, armado solamente con una pesada barra de hierro, había destrozado a una comitiva de arrogantes italianos «matando cinco, hiriendo a diez, y dejando a los demás bien maltratados y fuera de combate»,[10] nombró al extremeño guardaespaldas en su escolta, pasando Diego a dirigir la guardia vaticana, predecesora de la célebre Guardia Suiza, y capitaneando los ejércitos de César Borgia en sus campañas de la Romaña italiana. Como jefe de la guardia Papal del Castillo Sant'Angelo, estuvo presente en Roma el 14 de junio de 1497, cuando el cadáver de Juan Borgia, hijo del Papa Alejandro VI, apareció cosido a puñaladas en las aguas del Tíber; mientras toda Roma, convulsionada entonces por las profecías apocalípticas del monje Girolamo Savonarola, hervía de siniestros rumores, miedos y murmuraciones, Paredes fue uno de los españoles que durante esas fechas estuvieron con los ánimos encendidos, prestos a empuñar sus enormes mandobles, buscando a los culpables de un crimen que ha quedado para siempre en el misterio. Ese mismo año, una facción de los nobles de Italia, encabezados por los Orsini (inducidos por el cardenal Juliano della Rovere), habían tomado las armas contra Alejandro VI. Su hijo, César Borgia, emprendió la destrucción de aquellos tiranos, y concibió el gran proyecto de la unidad de Italia bajo el poder del Soberano Pontífice: gran ocasión para que García de Paredes emplease su denodado arrojo. Como capitán de los Borgia, intervino junto a las tropas españolas al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba en la captura del corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que se había apoderado del puerto de Ostia bajo bandera francesa, se encargó de tomar Montefiascone (donde demostró sus fuerzas descomunales al arrancar de cuajo las argollas de hierro del portón de la fortaleza para dar entrada al ejército pontificio)[11] y participó en la campaña contra los Barones de la Romaña: conquistas de Imola, diciembre de 1499, y Forlí, enero de 1500, defendida heroicamente por Catalina Sforza. En estas acciones coincidió con otros capitanes españoles al servicio de los Borgia, como Ramiro de Lorca, Hugo de Moncada o Miquel Corella (Micheletto).

Por estas fechas, se vio involucrado en uno de sus famosos lances de honor: el desafío se produjo con un capitán italiano de los Borgia llamado Césare el Romano; el duelo se celebró en Roma y acabó con la victoria de Diego, que cortó la cabeza a su enemigo «no queriendo entenderle que se rendía».[12] Sin embargo, el muerto debía ser personaje de importancia y el suceso produjo gran revuelo en el Vaticano, trayendo como consecuencia el cese de García de Paredes en el mando de su Compañía y su posterior encarcelamiento. Diego logró fugarse del ejército Papal y pasó a servir como mercenario del Duque de Urbino, enemigo de los Borgia, ayudándole a conservar sus posesiones. Después de la guerra de la Romaña, como de momento no podía volver con el Pontífice ni había tropas españolas a las que incorporarse, durante un tiempo pasó a servir como condottiero a sueldo de la poderosa familia italiana de los Colonna, bajo las órdenes de Prospero Colonna.

Cefalonia: comienza la leyenda


Supuesto retrato de Diego García de Paredes, grabado de Tomás López Enguídanos, 1791, a partir de un dibujo de José Maea inspirado en el retrato de Schorquens.
De nuevo bajo las banderas de España, sirvió a las tropas del Gran Capitán en el asedio de Cefalonia, en Grecia, ciudad que había sido arrebatada recientemente por los turcos a la República de Venecia: setecientos jenízaros defendían aquella fortaleza situada sobre una roca de áspera y difícil subida. Españoles y venecianos sufrieron cerca de dos meses todo género de penalidades en aquel sitio sin poder rendirla. Los turcos tenían entre sus armas ofensivas una máquina provista de garfios que los españoles llamaban «lobos», con los cuales asían a los soldados por la armadura y levantándolos en alto los estrellaban dejándolos caer de repente, o bien, los atraían hacia la muralla para matarlos o cautivarlos. Diego García de Paredes, como siempre en primera línea de combate, fue uno de los hombres que de esta manera fueron llevados al muro, donde le echaron los garfios y, tras luchar en fuerzas con el artilugio para no ser sacudido al suelo, le subieron encima de la muralla. Diego realizó entonces la primera de sus grandes gestas dentro del plano firme de la historia, coincidentemente consignada en las crónicas[13][14] de su tiempo; conservando espada y rodela, puso pie sobre las almenas y, una vez abierto el artefacto, quedó en libertad de acción para comenzar una lucha que parece increíble y es, sin embargo, completamente cierta: con una violencia desenfrenada empezó a matar a los turcos que se acercaban para derribarle, y ni la partida encargada de dar muerte a los prisioneros ni los refuerzos que llegaron pudieron rendirle; refuerzos y más refuerzos vinieron contra él, estrellándose ante la resistencia del hombre de energías asombrosas, a quien «parecía que le aumentaba las fuerzas la dificultad».[15] Resistió heroicamente en el interior de la fortaleza haciendo «cosas tan dignas de memoria defendiéndose varonilmente que nunca le pudieron rendir»;[13] los musulmanes, «que muertos muchos perdían la esperanza de sujetarle»,[16] solo le pudieron capturar cuando «la fatiga del cansancio y hambre, después de haberse defendido durante tres días, le rindió».[17] Aquella lucha titánica fue algo sobrenatural, y ante semejante muestra de coraje los turcos respetaron su vida y le tomaron prisionero esperando obtener por su rescate mejores condiciones en caso de rendir Cefalonia. Restablecidas sus fuerzas, Diego esperó hasta que se inició el asalto final por parte de sus compañeros, momento que aprovechó para escapar de su prisión «a pesar de sus guardas»[18] ( Según la leyenda, arrancó las cadenas de su prisión, echó abajo las puertas del calabozo y arrebató el arma a los centinelas después de acabar con ellos; de una forma u otra, lo cierto es que no fue rescatado y consiguió liberarse de su propia mano[19] ) y colaboró en el ataque hasta que se tomó la fortaleza, haciendo «tal estrago en los turcos»[20] que «despedazó tantos como el ejército había acabado».[21]

Fue aquí, en las murallas de Cefalonia, donde comenzó realmente la leyenda de Diego García de Paredes: La pujanza de un hombre de fuerzas increíbles resistiendo tres días contra una guarnición de soldados turcos sólo pudo encontrar semejanza en los relatos de las hazañas de Hércules y Sansón; con ellas lo ligó el comentario de la tropa, siendo conocido a partir de ese momento entre los soldados españoles como «El Sansón de Extremadura», el gigante de fuerzas bíblicas, y por aliados y enemigos como «El Hércules y Sansón de España».

De nuevo al servicio del Papa

De vuelta a Sicilia, el ejército español quedó, de momento, inactivo. Acostumbrado a la inquieta vida guerrera, Diego se incorporó de nuevo a los ejércitos del Papa a principios de 1501, pues César Borgia acababa de retomar su empresa de la Romaña. La aureola de héroe alcanzada en Cefalonia valió el olvido de lo pasado, y César le nombró coronel en su ejército, participando en las tomas de Rímini, Fosara, en los Apeninos, y Faenza, conquistas donde ganó nuevos laureles al servicio de los Borgia: «un hombre de armas español de los del Duque, varón de muy gran fortaleza y ánimo, al cual llamaban Diego García de Paredes...arremetió como un león denodado con su espada y lanzose en medio de las fuerzas de los enemigos dando voces...haciendo cosas dignas de eterna memoria»[13] La campaña se cortó bruscamente, regresando Diego a Roma, donde César era requerido a causa del inesperado giro de los asuntos de Nápoles. Tras el cese de las hostilidades, se avenía mal el vigor, el ardor y el ansia de pelear que sentía Paredes en su pecho con la vida tranquila y refinada de la Ciudad Eterna.

Las guerras de Italia

«Ah Hercúleo Extremeño!...tus hazañas las publicará la fama por todo el mundo, mientras existan valientes, y sobre todo aquella del puente, cuando detuviste a un ejército entero, asombrará por siempre a los más célebres guerreros»[22]

A finales de 1501 comenzó la segunda guerra de Nápoles entre el rey Fernando el Católico y Luis XII de Francia por el dominio del Reino napolitano. Diego abandonó inmediatamente Roma para incorporarse a los ejércitos de España; en esta guerra, bajo las órdenes del Gran Capitán, alcanzó su apogeo como soldado, causando verdaderos estragos entre los franceses, quienes le «temían por hazañas y grandes cosas que hacía y acometía»,[13] y asombrando a sus contemporáneos con sus hechos de armas:


«De Diego García de Paredes ni palabras bastan para lo contar, ni razones para lo dar a entender. Traía una grande alabarda, que partía por medio al francés que una vez alcanzaba, y todos le dejaban desembarazado el camino...Daba voces a todos que pasasen al real de los franceses...A dos artilleros partió por medio Diego García hasta los dientes, de que el Marqués estaba espantado...y comenzó a huir en uno de los cincuenta caballos que de Mantua habían traído»[13]


El Sansón español se cubrió de gloria en los campos de Italia y luchó heroicamente en las memorables batallas de Ceriñola y Garellano en 1503. Durante una de las fases previas de esta última batalla, llevó a cabo la más célebre de sus hazañas bélicas, recogida por las crónicas[13] de la historia e inmortalizada en su leyenda, «hecho tan verdadero, como al parecer increíble»,[23] que «acreditó tanto la fama de Diego García, que aún a la posteridad dejó la memoria de aquél tiempo»:[24] herido en el orgullo tras un reproche injusto del Gran Capitán, cegado por un arrebato de locura, presa de uno de sus «humores melancólicos», se dispuso con un montante en la entrada del puente del río Garellano, desafiando en solitario a un destacamento (algunas fuentes hablan de 2.000 hombres, cifra aparentemente exagerada, pero aceptada tanto por José de Vargas Ponce[25] como por Miguel Muñoz de San Pedro[26] ) del ejército francés. Diego García de Paredes, blandiendo con rapidez y furia el descomunal acero, comenzó una espantosa matanza entre los franceses, que solamente podían acometerle mano a mano por la estrechez del paso, ahora repleto de cadáveres, incapaces de abatir al infatigable luchador español, firme e irreducible, sin dar un paso atrás ante la avalancha francesa; las palabras del Gran Capitán le quemaban, generando en él esta locura heroica: «Con la espada de dos manos que tenía se metió entre ellos, y peleando como un bravo león, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor y Julio César, Alejandro Magno ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Horacio en su denuedo y animosidad».[27] Ni franceses ni españoles daban crédito a sus ojos, comprobando como García de Paredes se enfrentaba en solitario al ejército enemigo, manejando con ambas manos su enorme montante y haciendo grandes destrozos entre los franceses, que se amontonaban y se empujaban unos a otros para atacarle, pero «como Diego García de Paredes estuviese tan encendido en ira...tenía voluntad de pasar el puente, a pelear de la otra parte con todo el campo francés, no mirando como toda la gente suya se retiraba, quedó el solo en el puente como valeroso capitán peleando con todo el cuerpo de franceses, pugnando con todo su poder de pasar adelante».[13] Acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño irracional y se entabló una sangrienta escaramuza; al fin, dejando grandes bajas ante la aplastante inferioridad numérica y el fuego de la artillería enemiga, los españoles se vieron obligados a retirarse, siendo el último Paredes, que tuvo que ser «amonestado de sus amigos, que mirase su notorio peligro»,[13] cuya ira y pundonor aún no estaban satisfechos con aquella prueba de arrojo; «por su fuerza y valor salió del poder de los franceses, que aquél día le pusieron en muy gran peligro la vida, y cierto nuestro Señor le quiso favorecer y guardar aquél día en particular...librándole Dios su persona de peligro»;[13] «Túvose por género de milagro, que siendo tantos los golpes que dieron en Diego García de Paredes los enemigos...saliese sin lesión».[28] Nos dicen las Crónicas del Gran Capitán, que «entre muertos a golpe de espada y abnegados en el río fueron aquél día más de quinientos franceses»;[13] la misma cifra de bajas maneja el historiador Tomás Tamayo de Vargas, quien afirma, con evidente entusiasmo, que Paredes «había satisfecho a la ira que le encendieron en su pecho las palabras del Gran Capitán con muerte de quinientos enemigos, que o cayeron a su montante, o en el río huyendo de sus manos».[29]

La fuerza, la destreza y la valentía de Diego García de Paredes, ya extraordinariamente admiradas, llegaron en estos momentos a cotas difíciles de igualar.

OcultarDuelista invicto: el desafío de Barletta

«Era entonces el tiempo de los desafíos. La Europa, apenas salida de la barbarie, daba la reputación de más bravo a quien salía más veces vencedor en semejantes combates. ¿Quién en ellos pudiera medirse con Paredes, á quien el arnés más pesado no agobiaba más que una gala, y en cuyas manos era un juguete la maza más robusta?»[30]

Diego García, que fue un hombre muy pendenciero y con un sentido del honor al límite, participó en numerosos duelos a lo largo de toda su vida, desde cuchilladas en reyertas de taberna con vulgares fanfarrones y matones hasta duelos concertados, extendidos bajo salvoconducto ante notario, frente a coroneles del ejército español, capitanes italianos o la élite del ejército francés (durante el encierro del ejército español en Barletta, ante la superioridad francesa en las Guerras de Nápoles, se estuvo batiendo en duelo durante sesenta días en liza abierta con caballeros franceses, que llegaron a esquivar las contiendas, a faltar a ellas o a responder que de ejército a ejército se verían en el campo de batalla); todos estos incidentes, que generalmente terminaban con la muerte de uno de los oponentes, tuvieron un vínculo en común: Diego García de Paredes jamás sufrió la afrenta de verse vencido, fue un consumado especialista en este tipo de lances, resultando imbatible para todos sus adversarios, como asegura, entre otros, el reconocido doctor cacereño Juan Sorapán de Rieros, quien afirma que Paredes sostuvo más de trescientos duelos sin ser derrotado:

«En desafíos particulares, con los más valientes de todas las naciones extrañas, mató sólo por su persona, en diversas veces más de trescientos hombres, sin jamás ser vencido, antes dio honra a toda la nación española»[31]

De todos estos encuentros, quizás, el más famoso fue el «desafío de Barletta», en septiembre de 1502, cuando se originó un duelo caballeresco entre el ejército francés y el español, organizándose un torneo: Los franceses se burlaban de los hombres de armas españoles y el asunto alcanzó tal cariz que el 19 de septiembre de 1502 se acordó un torneo, once caballeros franceses frente a once españoles, donde los principales paladines de los dos ejércitos defenderían el honor de su patria. Por aquellos días, Diego estaba convaleciente de unas heridas que le atormentaban, pero el Gran Capitán fue a su cámara y le dijo que era uno de los once elegidos para luchar contra los franceses; Paredes le hizo saber de su estado y le expresó su opinión de que pudiera no dar la talla ante el enemigo al no estar todavía recuperado de sus molestias. El Gran Capitán le replicó que así como estaba, había de ser uno de ellos. Oyendo esto, Diego García se incorporó, pidió sus armas y, mermado aún por sus dolencias, aceptó el reto con la valentía que le caracterizaba. Un batallón de soldados venecianos guardaba el campo donde se había construido una vistosa tribuna, cubierta de banderas, donde se situaron los jueces, así como gran número de damas y caballeros. Los primeros en llegar fueron los caballeros españoles. Tras larga espera, por el lado opuesto, llegaron los once paladines de Francia, capitaneados por el célebre caballero Pierre Terraill de Bayard. A una señal de los jueces hicieron tocar la trompeta, al sonido de la cual arremetieron unos contra otros...tras una larga y durísima lucha, de los españoles fue hecho prisionero Gonzalo de Aller, pero los franceses llevaron la peor parte con un caballero muerto y otro rendido por Diego García de Paredes. Con la mayoría de caballeros franceses desmontados y acorralados, los españoles tenían la victoria al alcance de la mano, pero los franceses se atrincheraron detrás de sus caballos muertos y no pudieron terminar de acometerlos; los franceses solicitaron detener la disputa, dando a los españoles por «buenos caballeros» y argumentando que la noche se les echaba encima; a la mayoría de los españoles les pareció conveniente, igualmente fatigados por la interminable lucha y satisfechos al ver su honor a salvo con sus enemigos prácticamente rendidos, excepto a uno: Diego García de Paredes, quien solo concebía la victoria, no estaba conforme con esta resolución y sentenció que «de aquel lugar los había de sacar la muerte de los unos o de los otros»,[13] y en una demostración más de sus fuerzas prodigiosas «con muy grande enojo de ver cómo tanto tiempo les duraban aquellos vencidos franceses»,[13] herido su caballo y viéndose con las manos desnudas tras romper la lanza y perder accidentalmente la espada, se volvió a las enormes piedras con las que se había señalado el término del campo y empezó a lanzarlas contra los franceses, ante el asombro de la multitud y de los propios jueces, que parecían rememorar «las luchas de los héroes en Homero y Virgilio, cuando rotas las lanzas y las espadas, acuden a herirse con aquellas enormes piedras, que el esfuerzo de muchos no podían mover de su sitio».[32] Entonces los franceses «salieron del campo y los españoles se quedaron en él con la mayor parte de la victoria».[33] Sin embargo, los jueces del tribunal dictaminaron tablas, sentenciando que la victoria era incierta, con tal que a los españoles «les fue dado el nombre de valerosos y esforzados, y a los franceses por hombres de gran constancia».[34]

No hay duda de que la leyenda de sus hazañas increíbles le cubrió siempre con un inmenso escudo de respeto entre sus enemigos: tales fueron la admiración, el temor y la desesperación que Diego García de Paredes despertó entre sus rivales que llegó a ganar duelos sin necesidad de batirse, como en el caso de Gaspard I de Coligny, futuro Mariscal de Francia, quien, comprometido ante sus camaradas en aceptar el desafío lanzado por Diego tras un desaire del francés, no tuvo valor para presentarse a la liza donde le esperaba el campeón español, que fue declarado ganador por los jueces. El lenguaraz francés prefirió perder la honra y conservar la vida.


OcultarRegreso a España: ingratitud Real y rebeldía

El 11 de febrero de 1504 terminaba oficialmente la guerra en Italia con el Tratado de Lyon. Nápoles pasó a la corona de España y El Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Gonzalo quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado y nombró a Diego García de Paredes marqués de Colonetta (Italia). Tras el final de la guerra, Diego regresó a España como un auténtico héroe, aclamado por el pueblo allí por donde pasaba. Sin embargo, fue en su patria donde se encontró con la dura realidad: la ingratitud Real. A pesar de que Fernando el Católico le había entregado el marquesado de Colonetta, Paredes, a quien nadie compraba con títulos nobiliarios, fue uno de los más fervientes defensores de Gonzalo de Córdoba dentro de la atmósfera de intrigas en la Corte, y cuando todos evitaban su cercanía, ahora que parecía caer en desgracia, llegó a defenderle públicamente desafiando ante el mismísimo Rey Católico a todo aquél que pusiera en entredicho la fidelidad del Gran Capitán al Monarca; desafío que, por supuesto, nadie osó aceptar: En cierta ocasión, mientras los nobles esperaban a que Fernando el Católico terminase sus oraciones, entró Paredes de forma súbita en la estancia, quien hincado de rodillas dijo: «Suplico a V.A. deje de rezar y me oiga delante de estos señores, caballeros y capitanes que aquí están y hasta que no acabe mi razonamiento no me interrumpa».[13] Todos quedaron asombrados, expectantes ante la posible reacción del Monarca por semejante osadía, pero Paredes prosiguió: «Yo, señor he sido informado que en esta sala están personas que han dicho a V.A. mal del Gran Capitán, en perjuicio de su honra. Yo digo así: que si hubiese persona que afirme o dijere que el Gran Capitán, ha jamás dicho ni hecho, ni le ha pasado por pensamiento hacer cosa en daño a vuestro servicio, que me batiré de mi persona a la suya y si fueren dos o tres, hasta cuatro, me batiré con todos cuatro, o uno a uno tras otro, a fe de Dios de tan mezquina intención contra la misma verdad y desde aquí los desafío, a todos o a cualquiera de ellos»;[13] y remató su airado y desconcertante discurso arrojando un sombrero (otras versiones dicen que fue un guante) en señal de desafío. Fernando el Católico por toda respuesta le dijo: «Esperad señor que poco me falta para acabar de rezar lo que soy obligado».[13] El Rey permaneció unos instantes en silencio, dando lugar a que los difamadores dieran un paso al frente y defendieran su honor desmintiendo las acusaciones de Paredes; sin embargo, ninguno de los allí presentes se arriesgó a romper el tenso silencio del ambiente y enfrentarse al Sansón extremeño: García de Paredes decía la verdad, había ganado una vez más. Después de concluir sus oraciones, el Monarca se acercó a Paredes y colocando sus manos sobre los hombros de Diego, le dijo: «Bien se yo que donde vos estuviéredes y el Gran Capitán, vuestro señor, que tendré yo seguras las espaldas. Tomad vuestro chapeo, pues habéis hecho el deber que los amigos de vuestra calidad suelen hacer»;[13] y Fernando el Católico, sólo él, porque nadie se atrevió a tocarlo, hizo entrega a Paredes del sombrero arrojado en señal de desafío. Cuando el incidente llegó a oídos del Gran Capitán, éste selló una amistad inquebrantable con aquél que le había defendido públicamente exponiéndose a la ira de un Rey.

En 1507, para satisfacer a los nobles, Fernado el Católico le despojó del marquesado de Colonetta; este hecho, unido a las envidias e injusticias contra aquellos que habían derramado heroicamente su sangre por la Corona en la Guerra de Italia, llevó a Diego a perder definitivamente la fe en su Rey y entró en un periodo de rebeldía. Se sentía extraño en España y le era preciso desahogar el espíritu entre soledades absolutas y horizontes infinitos cuando se lanzó a la aventura en el mar: escogiendo a antiguos camaradas hizo armar carabelas en Sicilia, financiado por Juan de Lanuza, y ejerció durante un tiempo la piratería a lo largo y ancho del Mediterráneo: «púsose como cosario a ropa de todo navegante: y comenzaron a hacer mucho daño en las costa del reino de Nápoles, y de Sicilia: y después pasaron a Levante: y hubieron muy grandes, y notables presas de cristianos, e infieles».[35] Paredes fue proscrito y llegó a ponerse precio a su cabeza, siendo perseguido por las galeras Reales estuvo a punto de ser capturado en Cerdeña; sus acertadas correrías llegaron a ser conocidas y temidas, siendo sus principales presas berberiscos y franceses. Durante su fuga rebelde engendrada por la ingratitud Real, Diego García de Paredes vivió libre y dueño de sus actos la vida aventurera en el mar, en busca de un olvido que serenase su espíritu indomable.


OcultarCruzado, Maestre de Campo y Coronel de la Liga Santa

El sueño aventurero de independencia no podía durar mucho, y a finales de 1508 el ejército de España se preparaba para una gran empresa histórica: la conquista del norte de África. Tras la toma de Mers-el-Kebir (Mazalquivir) en 1505, en la que Diego ya había participado, el cardenal Cisneros soñaba con proseguir la cruzada contra el Islam en África, alcanzar Jerusalén y recuperar los Santos Lugares. Fernando el Católico compartía el mismo sueño, y ambos sentaron las bases de esta cruzada con las Capitulaciones de Alcalá de Henares, firmadas el 11 de Julio de 1508, por las que se disponía la conquista de Orán. Ahora como un simple soldado de Cristo, tras recibir el perdón Real, Paredes tomó parte en la Cruzada de Cisneros en tierras africanas, participando en 1509 en el asedio de Orán. De regreso a Italia, un elemento del valor y la fama de Paredes no podía pasar desapercibido a los ojos del Emperador de Alemania, que desde la Liga de Cambrai buscaba reunir un ejército para intervenir en Italia por las posesiones de la República de Venecia, e ingresó en las fuerzas Imperiales de Maximiliano I como Maestre de Campo de la infantería española. Sin embargo, la invasión fue rechazada y la empresa no llegó a rematarse (Sitio de Padua), aunque sirvió para que el capitán español lograra nuevos laureles heroicos ganando Ponte di Brentaera, el castillo de Este, la fortaleza de Monselices y cubriendo la retirada del ejército Imperial. En 1510 marchó de nuevo a África con el ejército español y participó bajo las órdenes de Pedro Navarro en los asedios de Bugía y Trípoli, además de lograr el vasallaje a la Corona de Argel y Túnez. Regresó a Italia, incorporándose nuevamente al ejército del Emperador, y defendió heroicamente Verona, desahuciada por las fuerzas Imperiales. El Sansón de España era ya una leyenda viva en toda Europa y fue nombrado Coronel de la Liga Santa al servicio del Papa Julio II, luchando en 1512 en la batalla de Rávena, donde murió su hermano, Álvaro de Paredes (La infantería española, comandada por Diego y el coronel Cristóbal Zamudio, logró retirarse con honra en medio de la masacre), y en la Batalla de Vicenza o Creazzo, 1513, donde quedó aniquilado el ejército de la República de Venecia. En la enumeración de las proezas que los capitanes españoles hicieron en esta memorable jornada, a Diego García de Paredes le correspondieron estos épicos elogios por parte del poeta y dramaturgo contemporáneo Bartolomé Torres Naharro:

Mas venía
Tras aquél, con gran porfía,
Los ojos encarnizados,
El león Diego García,
La prima de los soldados;
Porque luego
Comenzó tan sin sosiego
Y atales golpes mandaba,
Que salía el vivo fuego
De las armas que encontraba;
Tal salió,
Que por doquier que pasó
Quitando a muchos la vida,
Toda la tierra quedó
De roja sangre teñida.[36]



Coronel de Carlos V: el fin en Bolonia

En el invierno de 1520 peregrinó a Santiago de Compostela en la escolta del Emperador Carlos V, permaneció en Trujillo durante la Guerra de las Comunidades y a mediados de 1521 se incorporó como coronel al ejército de España en la Guerra de Navarra, destacando en la Batalla de Noáin («En este triunfo, sucedido a último de Junio, fue la parte mayor aquél invencible Extremeño Diego García de Paredes; cuyo nombre excede cualquier elogio»),[37] así como en la Batalla de San Marcial, asedio al Castillo de Maya y asedio de la fortaleza de Fuenterrabía.

Posteriormente, acompañó al «César» en sus primeras campañas como coronel de los ejércitos Imperiales en Italia, y según hace referencia Luis Zapata de Chaves en su obra «Carlo Famoso» (1556), combatió en la célebre Batalla de Pavía:

Pues no creo que nadie hay que no lo viese,
lo que en Pavía yo obré, pues en sus llanos,
están lagos de sangre de mis manos[38]

Aunque su participación en esta batalla es dudosa y probablemente cuando tenía lugar la memorable acción, el 24 de febrero de 1525, Paredes resistía valientemente los ataques franceses al Reino de Nápoles, maniobra estratégica que trataba de dividir los ejércitos imperiales concentrados en Pavía. Según esta misma obra, de variedad histórica y literaria, Carlos V pidió a Paredes que formara parte de la guardia que escoltó a Francisco I, preso en España, de vuelta a Francia, hecho que no se conserva en documento histórico, pero que parece bastante posible dada la confianza del monarca en el soldado trujillano.

De regreso a Extremadura, el veterano héroe sintió una profunda soledad tras su fracaso matrimonial (se había casado en 1517 con María de Sotomayor) y vivió en paz desde 1526 hasta 1529, cuando abandonó definitivamente Trujillo y viajó por toda Europa en el séquito Imperial de Carlos V, gran admirador del legendario guerrero, quien le nombró Caballero de la Espuela Dorada, sirviendo en Alemania, Flandes, Austria (marchó a socorrer Viena en 1532, asediada por Solimán el Magnífico) y finalmente Hungría.

En el año santo de 1533, tras regresar de hacer frente a los turcos en el Danubio, asistió a la reunión oficial del Emperador Carlos V y el Papa Clemente VII en Bolonia, donde, triste ironía del destino, aquel héroe invicto que burló la muerte bajo mil formas, las más terribles y violentas, durante quince batallas campales, diecisiete asedios e innumerables duelos, que fue asombro y terror de su edad, cuya fuerza no tiene parangón en la historia de la humanidad, falleciera a consecuencia de las heridas recibidas al caer accidentalmente de su caballo en un juego fácil y pueril, al intentar derrocar una débil paja en una pared compitiendo con unos chiquillos. Antes de fallecer, conocedor de que su final estaba cerca tras la fatal caída, «parece que le place a Dios que por una liviana ocasión se acaben mis días»,[39] dejó escritas sus memorias: «Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes». Cuando lavaron el cadáver antes de ponerlo en el sepulcro, se le halló todo cubierto de cicatrices, consecuencia natural de más de cuarenta años de activa vida militar dedicada al oficio de las armas. Durante su funeral en Bolonia, los soldados «le llevaron en hombros de todos, deseando cada uno hacerle estatuas con su imitación».[40] Los restos del Sansón de Extremadura fueron repatriados a España en 1545 y enterrados en la Santa María la Mayor de Trujillo, donde permanecen en la actualidad.
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«Llamo uñas arriba
A cuantos llamo,
Y al recibo los hiero
Uñas abajo. »Para el que me embiste
Pobre y en cueros,
Siempre es mi postura
Puerta de hierro.»
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Re: Diego García de Paredes. ( El Sanson Español)

Notapor Alonso Quijano » 29 Dic 2012, 14:38

Hombres como este hicieron grande a España!
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Re: Diego García de Paredes. ( El Sanson Español)

Notapor Blackneis » 20 Mar 2013, 22:56

Alonso Quijano escribió:Hombres como este hicieron grande a España!

Es muy interesante la biografia de este personaje, aunque he tenido que ir a la wiki porque aqui se hacia bastante molesto leer toda la informacion.
Me quedo con la descripcion de Massimo D'Azeglio

El español, el hombre más audaz y forzudo de todo el ejército, y acaso de toda Europa, producía la impresión de que la naturaleza, al formarlo, había querido mostrar en él el tipo de hombre de armas, en las cuales tanto más grande era el éxito cuanto mayores la robustez y la fuerza muscular. Su estatura aventajaba en mucho a la de sus compañeros, y en un temperamento como el suyo, de acción incesante, el ejercicio había enjugado sus carnes de toda grasa, dando a sus músculos un tal desarrollo, que su pecho, su espalda y la complexión toda de sus miembros semejaban la de un coloso de la antigua estatutaria, de formas atléticas y bellísimas a un mismo tiempo. El cuello, grueso como el de un toro, sostenía una cabeza pequeña y engallada, coronada en lo alto de la nuca por un penacho de cabellos crespos; su rostro, viril y de expresión firme y decidida, pero sin sombra de jactancia ni de altanería. No faltaba a su aspecto cierta gracia natural, y en sus ojos se leía a las claras la simplicidad de un espíritu leal y lleno de nobleza.
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