Estas son las claves del artículo:
“No solemos ver ni oír historias de reinas negras, y conocer esas historias era muy importante para mí, para mi hija y para mi comunidad, porque hay muchísimas”, aseguró Jada Pinkett Smith, productora de Reinas de África, en un artículo sobre la serie patrocinado por Netflix.
La contratación por Netflix de Adele James, una actriz británica birracial, es un reflejo de las discusiones occidentales sobre la representación de los negros en Hollywood y sobre si la historia está demasiado dominada por relatos de personas blancas que giran en torno a la primacía europea.
“¿Por qué algunas personas necesitan que Cleopatra sea blanca?”, escribió la directora de la serie, Tina Gharavi, en un artículo de defensa de la elección del reparto publicado en Variety el mes pasado. “Quizá no es solo que haya dirigido una serie que presenta a Cleopatra como negra, sino que he pedido a los egipcios que se consideren a sí mismos como africanos y están furiosos conmigo por haber hecho eso”.
Durante mucho tiempo, el antiguo Egipto y sus maravillas han sido un trofeo en las guerras culturales occidentales. En 1987, el libro de Martin Bernal Atenea negra sostenía que los historiadores europeos habían borrado las aportaciones egipcias a la antigua cultura griega. Aunque muchos estudiosos coinciden en que muchas de las pruebas que citaba eran erróneas en el mejor de los casos, el libro se convirtió en uno de los textos canónicos del afrocentrismo, un movimiento cultural y político que, entre otras cosas, trata de contrarrestar ideas arraigadas sobre la supuesta inferioridad de las civilizaciones africanas.
Según algunos afrocentristas, el antiguo Egipto fue la civilización negroafricana que alumbró no solo la historia y la cultura africanas, sino también la civilización mundial, hasta que los europeos saquearon sus tecnologías, sus ideas y su cultura. Las pirámides y los faraones se convirtieron en motivo de orgullo para estos afrocentristas y Cleopatra, con toda su sangre griega, en heroína potencial del movimiento.
“Cleopatra reaccionó ante fenómenos de opresión y explotación como lo haría una mujer negra”, según Shelley Haley, clasicista del Hamilton College, profesora de Cultura Africana y experta en Cleopatra que, además, trabajó como consultora en la serie de Netflix. Haley argumentó que el origen posiblemente mixto de Cleopatra la convertía en una persona de color: “De ahí que la aceptemos como hermana”.
Ese tipo de pensamiento frustra a muchos egipcios, historiadores y egiptólogos. Los egipcios también están ferozmente orgullosos de las pirámides y los faraones, aunque estén a dos milenios de distancia, y les gustaría que los afrocentristas que sostienen ese tipo de puntos de vista dieran un paso atrás.
Para muchos egipcios, los faraones —cuyo color de piel y ascendencia siguen siendo objeto de debate científico— eran egipcios, no africanos. El cómico estadounidense negro Kevin Hart se vio obligado a cancelar un espectáculo previsto en Egipto en febrero tras el revuelo causado por sus comentarios anteriores de que los faraones eran negros africanos.
Básicamente, toda esta basura de la inclusividad en el cine y series se debe a un movimiento identitario, principalmente afrocentrista, nacido en una sociedad anglosajona como la estadounidense, y que también se ha extendido exitosamente al Reino Unido, donde también hay una gran población afrodescendiente. Desde estos lugares, están tratando de imponernos al resto su propaganda ideológica y revisionista, a través de sus producciones, política, etc.
Podría resumirlo todo diciendo que Netflix ha decidido representar a Cleopatra como una mujer de raza negra, porque a algunos negros acomplejados de EEUU les apetece tener una gran civilización africana de la que colgarse, para sentir que su raza tuvo alguna importancia en la historia de la humanidad, como civilización.